Internet me atrapa, me abruma, me enloquece. La información me golpea de todos lados, me entra por ósmosis, me fecunda, me inunda, sé de todo, desde el origen de la vacuna contra la gripe hasta las pizzerías de Buenos Aires que hacen pizza a la brasa.
Creo que estamos sabiendo demasiado. Y no sé si es bueno. Hoy la información no vale por el contenido que brinda sino, sino simplemente porque informa. Uno acaricia el teclado y es feliz. Pero después sale a la calle, se encuentra con su novia, o amigos, y no sabe que tecla apretar para que la comunicación funciones. ¿No es paradójico que a mayor información haya también mayor incomunicación? Es que la pareja no tiene teclas. Ese es el problema.
Vivimos en un mundo plagado de estímulos, teléfonos celulares, e-mails, televisión, MP3 y ipods no nos dan un momento de respiro. El smog tecnológico y comunicacional nos adormece, nos distrae.
Porque sabemos mucho nos cuesta vivir, amar con sencillez. Exceso de información. Y no es cierto que "el saber no ocupa lugar." Ocupa. Ocupa lugar porque aparece y se instala y obliga a pensar en lo que uno no necesitaba pensar.
Porque sabemos mucho, pensamos demasiado. Y después del pensamiento, viene la opinión, y acá nos convertimos todos en opinologos. Opinamos y no hacemos. El exceso de información nos paraliza, no nos deja vivir. Porque vivir es tomar decisiones, optar y actuar. Y cuanto más sabemos más dudamos, más miedos tenemos. Este es el precio que pagamos por el sol del conocimiento que nos ilumina, pero que nos deja a oscuras en cuanto al pequeño gesto significativo, en cuanto a la decisión práctica inmediata, con este hombre, con esta mujer, con este niño, con esta amiga, con este vecino…
“Nada (es bueno) en demasía.” Publio Terencio.
María Giacobone Carballo